12.10.06

(las putas me hicieron olvidar)

Las vendedoras de San Martín -calles turbias de Buenos Aires si las hay- siempre tienen ese nosequé que les surge cuando se sienten útiles.
Sí útiles señor lector, porque no es lo mismo verlas cuando se sienten útiles, que cuando logran vender algo. Además, en tal caso, la venta de un producto pretende un comportamiento sumamente distinto y mas rutinario, que se adereza con la frescura necesaria y se remata con el: “divino, te queda divino” desde lo lejos. Pero volviendo al punto, el regocijo que continua a la venta no es tan jugoso como el de la señora que se sabe productiva.
Doña Ester por ejemplo -ropa y accesorios- , cuando se siente fructuosa se la ve concentrada, como si hiciese cuentas de multiplicar complicadas, o como si estuviese a punto de descubrir la cura para el sida. Sí, es eso, mientras a una la ojean con ahínco del cuello para abajo, la expresión en la cara de Doña Ester -por ejemplo-, raya entre el sumo ensimismamiento y el gozo descomunal de estar tan cerca de… -¿Quién sabe?-
Claro que, entre usted y yo señor lector, Lola mientras se prueba ese vestidito verde benigno frente al espejo, no esta exactamente alentada por la monería de Doña Ester. Digamos mejor, que exactamente en este momento, mientras se prueba su vestidito verde benigno por su mente se cruzan pensamientos completamente opuestos a los de Doña Ester -que ¡pobre Doña Ester si supiese!-. Pero digo: ¿para que ponen cortinas en los probadores? -esas cortinas enervantes: cortinas que se trasparentan y que no llegan de pared a pared- ¿Para que? Si de repente una esta en la suya, a medio vestir, y cuidado porque: ¿y? ¿Como te quedo nena? Nena. Nena tu abuela. ¿Y como me quedo? ¿No estas viendo en primera fila el vestidito verde benigno? Vieja narizona y tu maldito vestidito verde benigno.

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