26.10.07

Parada de frente a la ventana y apenas apoyada sobre una pared de cemento fría que la hace estremecer, Maria deja deslizar hasta sus pies, el vestido plateado, quedando completamente desnuda, y con la mirada perdida en algún lugar de esa larga pared del edificio de al lado. Sabe que su marido no va a llegar hasta la madrugada, e inconscientemente apoya sus dedos gentilmente sobre su clavícula, y los baja por entre sus senos. Pero es un gesto suave, de caricia, mucho más inocente de lo que pensaría cualquier desconocido. Su marido nunca la toco de esa forma, ni siquiera la primera vez que la tuvo entre sus brazos. Asimismo se sorprende cuando se encuentra comparando a su esposo con Niq. No entiende realmente por qué lo hace. Porque además, realmente, ¿que podrían tener esos dos hombres en común? Niq debe ser bueno, y cariñoso…. Decente, seguro. Un héroe. En cambio Gio... Tiritó levemente al pensar su nombre, lo que la hizo volver en si. Se alejo de la ventana y fue en búsqueda de una bata que ponerse. Tenia que hacer la cena, bañarse, perfumarse, y ponerse… (sí, era jueves) el camisón de seda colorado, y si no se apuraba, no haría a tiempo. Gio volvería apestando a alcohol y a habano, hablando de su gran socio, sir charles, y se enojaría y… Y prefería tenerlo contento.Mas tarde, en la cama, mientras Gio apretaba con sus manos ásperas y sucias sus muslos, de una manera tan forzosa y sin permiso, Maria se juro a ella misma que esta vez hablaría con Niq Van Pol, y le pediría que la salve de ese infierno en el que la tenía su esposo. Ese infierno de cuatro paredes, sin salida. Y tal como lo dijo, la mañana siguiente, después de escuchar la ducha, los pasos, el armario, la licuadora, y por fin la puerta, saltó de su cama hacia el vestido plateado que esperaba ansioso en su armario (el vestido plateado, el único vestido que ella había comprado sola, un vestido alejado de cualquier cosa relativa a su esposo). Se puso también unos anteojos de sol bien grandes de marco blanco, y unos tacos aguja que ya casi no le molestaban al caminar. Pensó que la salida se le complicaba porque la puerta delantera estaba custodiada por uno de los compinches de su marido (que se suponía estaba ahí para cuidarla, cuando bien sabia Maria que solo estaba ahí para controlarla) pero salió por la puerta trasera sin ningún problema. Tomo un taxi y se dirigió hacia el hotel, donde sabia se hospedaba Niq, y espero en la puerta, a que llegara o saliera. Podría haber esperado toda la tarde si hubiese sido necesario, tal como lo hizo, pero empezaba a caer la noche y ya no se conservaba tan tranquila como antes.Tenía miedo por Gio. Maria no sabia si, con suerte, su esposo volvería tarde a casa, o si quizás (se le helaba la sangre de solo pensarlo) volvería temprano, mientras Maria esperaba en la puerta del hotel, y Gio la buscaba por toda la casa sin encontrarla, loco de ira. Espero una hora más en la puerta con las manos temblorosas. Creía ver hombres y mujeres mirándola como si fuesen guardaespaldas de su esposo dispuestos a delatarla. Transpiraba sudor frío como nunca antes en su vida. Entonces, completamente desesperada y dispuesta a irse, en un girar de cabeza, le parece ver a alguien que le es familiar. Tranquila Maria. No es nada - se dice por décimo tercera vezY sin embargo de este hombre que fuma un cigarrillo delante del restaurante del hotel no puede despegar la mirada, cuando por detrás, de la nada, ve al héroe de su infancia sentado en una mesa del gran comedor (ahora ya atropellado por los años que se escapaban por entre las ojeras y los kilos de más, y su aspecto tan fatigoso).
Debía ser tardísimo, pero no le importaba. De repente toda la alegría se fundió en su cuerpo. La esperanza, la tranquilidad.
Rápidamente cruzó la calle. Solo necesitaba pasar por delante de la ventana del restaurante y hacerle alguna seña a ese desconocido y familiar Niq van Pol, pero de la nada ve que el hombre del cigarrillo comienza a caminar hacia ella. No. No hacia ella, sino hacia donde ella se dirige. Intenta correr, llegar a la ventana antes, tocarle el vidrio a Niq. Pero no sabe realmente qué es lo que llega o no, a suceder.Mas tarde, en ese cuarto sin luz, cansada de gritar auxilio, trata de recordar. Pero solo esta una viejita a la que no recuerda, con quien se choca, que siente un pinchazo, y que sus piernas empiezan a adormecerse, se le nublan los ojos, y el hombre del cigarrillo que desesperadamente intenta atajarla de su caída, mientras otro de la nada lo detiene abruptamente, y le clava un cuchillo. No. Así no era. Estoy inventando cosas. Tranquila Maria, no es nada. Pero esas palabras ya no la tranquilisan.

22.10.07

20.10.07

Le hacía gracia que amigablemente y de lo más matter of fact la mano de Emmanuèle lo estuviera desabotonando, y poder pensar al mismo tiempo que quizá el Oscuro se había hundido en la mierda hasta el cogote sin estar enfermo, sin tener en absoluto hidropesía, sencillamente dibujando una figura que su mundo le hubiera perdonado bajo forma de sentencia o de lección, y que de contrabando había cruzado la línea del tiempo hasta llegar mezclada con la teoría, apenas un detalle desagradable y penoso al lado del diamante estremecedor del panta rhei, una terapéutica bárbara que ya Hipócrates hubiera condenado, como por razones de elemental higiene hubiera igualmente condenado que Emmanuèle se echara poco a poco sobre su amigo borracho y con una lengua manchada de tanino le lamiera humildemente la pija, sosteniendo su comprensible abandono con los dedos y murmurando el lenguaje que suscitan los gatos y los niños de pecho, por completo indiferente a la meditación que acontecía un poco más arriba, ahincada en un menester que poco provecho podía darle, procediendo por alguna oscura conmiseración, para que el nuevo estuviese contento en su primer noche de clochard y a lo mejor se enamorara un poco de ella para castigar a Célestin, se olvidara de las cosas raras que había estado mascullando en su idioma de salvaje americano mientras resbalaba un poco más contra la pared y se dejaba ir con un suspiro, metiendo una mano en el pelo de Emmanuèle y creyendo por un segundo (pero eso debía ser el infierno) que era el pelo de Pola, que todavía una vez más Pola se había volcado sobre él entre ponchos mexicanos y postales de Klee y el Cuarteto de Durrell, para hacerlo gozar y gozar desde afuera, atenta y analítica y ajena, antes de reclamar su parte y tenderse contra él temblando, reclamándole que la tomara y la lastimara, con la boca manchada como la diosa siria, como Emmanuèle que se enderezaba tironeada por el policía, se sentaba bruscamente y decía: On faisait rien, quoi, y de golpe bajo el gris que sin saber cómo llenaba los portales Oliveira abría los ojos y veía las piernas del vigilante contra las suyas, ridículamente desabotonado y con una botella vacía rodando bajo la patada del vigilante

17.10.07

Río Subterráneo

Hay que contenerse. Ser consciente, perfectamente lúcidos, dar a los hechos, los sentimientos y los pensamientos la forma adecuada, no dejarse arrastrar por ellos, como se hace comúnmente. Sergio me hablaba de eso en sus cartas, desde Europa, antes de regresar, y entonces era nada más la necesidad de ajustarlo todo a proporciones humanas, porque la desmesura es siempre más poderosa que el hombre; era una disciplina personal, casi un juego, pero cuando me habló de su angustia, de que se le metía en el pecho y no lo dejaba pensar, ni respirar, porque lo iba invadiendo, poseyendo desde esa herida primera que es igual a un cuchillo helado en un costado del pecho, comprendí que a eso debía aplicarse todo lo que sobre la importancia de la forma me había enseñado, y así entre los dos buscamos las palabras tibias que calientan la herida, y nos prohibimos cualquier expresión desacompasada, porque el primer grito dejaría en libertad a la fiera.

10.10.07

capitulo 41

Pero Talita se había enderezado lentamente, y apoyándose en las dos manos trasladó su trasero veinte centímetros más atrás. Otro apoyo, y otros veinte centímetros. Oliveira, siempre con la mano tendida, parecía el pasajero de un barco que empieza a alejarse lentamente del muelle.
Traveler estiró los brazos y calzó las manos en las axilas de Talita. Ella se quedó inmóvil, y después echó la cabeza hacia atrás con un movimiento tan brusco que el sombrero cayó planeando hasta la vereda.
-Como en las corridas de toros -dijo Oliveira-. La de Gutusso se lo va a querer portar vía.
Talita había cerrado los ojos y se dejaba sostener, arrancar del tablón, meter a empujones por la ventana. Sintió la boca de Traveler pegada en su nuca, la respiración caliente y rápida.
-Volviste -murmuró Traveler-. Volviste, volviste.
-Sí -dijo Talita, acercándose a la cama-. ¿Cómo no iba a volver? Le tiré el maldito paquete y volví, le tiré el paquete y volví, le...
Traveler se sentó al borde de la cama. Pensaba en el arcoiris entre los dedos, esas cosas que se le ocurrían a Oliveira. Talita resbaló a su lado y empezó a llorar en silencio. "Son los nervios", pensó Traveler. "Lo ha pasado muy mal." Iría a buscarle un gran vaso de agua con jugo de limón, le daría una aspirina, le pantallaría la cara con una revista, la obligaría a dormir un rato. Pero antes había que sacar la enciclopedia autodidáctica, arreglar la cómoda y meter dentro el tablón. "Esta pieza está tan desordenada", pensó, besando a Talita. Apenas dejara de llorar le pediría que lo ayudara a acomodar el cuarto. Empezó a acariciarla, a decirle cosas.


-En fin, en fïn -dijo Oliveira.
Se apartó de la ventana y se sentó al borde de la cama, aprovechando el espacio que le dejaba libre el ropero. Gekrepten había terminado de juntar la yerba con una cuchara.
-Estaba llena de clavos -dijo Gekrepten-. Qué cosa tan rara.
-Rarísima -dijo Oliveira.

3.10.07

Es una mierda, porque volves despues de un año, ves que tenes 60 posts que son una verdadera mierda, y te das cuenta que incluso ahora, no sabes escribir otra cosa que no sea esa verdadera mierda.
Y frenas medio segundo y te decis: para que carajos habre abierto el primer libro, sacado la primera hoja, y escrito la primera palabra. para qué carajos.